
Este último fin de semana se celebró el Día de los Muertos y acá en casa, aunque no somos mexicanos ni descendientes de pueblos mesoamericanos, siempre celebramos (porque celebramos siempre). Y pensando un poco en la celebración, en celebrar la vida de los que se fueron, en cantar “Recuérdame” junto a Gael García Bernal en Coco y llorar como marranos, pensé en los muchos, muchísimos contenidos (podcast, videos, textos) que leí a lo largo de mi camino por el minimalismo sobre lo que le dejamos a los que se quedan. O sea, si hoy nos morimos o mañana, o pasado o en muchos años, va a haber alguien que se tendrá que encargar de lo que dejamos. Y esperamos que sean seres queridos que nos amaron. Lo que nos pone en una situación extraña: ellos van a estar pasándola mal (o no) pero de una forma u otra van a estar pasando por un momento difícil. Y encima se van a tener que encargar de todas las cosas que dejamos.
Yo siempre mi acuerdo de mi hermana contándome lo que fue sacar las cosas de la casa de mi papá. Yo estaba lejos, y ella y mi mamá se encargaron de vaciar la casa de mi papá. Fueron muchas sensaciones al ver las cosas que dejó mi papá: tristeza, alegría, bronca, mucha bronca, más tristeza. Y la obligación de decidir qué hacer con todo eso. Yo de verdad, no quiero dejarle eso a las personas que quiero. Entonces, pensé en qué me gustaría dejarles a las personas que me quieren si yo hoy me voy:
1- Buenas experiencias
Lucho mucho por encontrar tiempo para darle experiencias. Este año fue muy difícil y espero no morirme porque creo que fue uno de los peores años para dejar buenas experiencias en las memorias de los míos. Pero también, pienso en que no debería contar este último año y sí la suma de todo porque nunca nadie fue feliz 100% del tiempo. Por eso, busquemos crear momentos, buscarlos si nos cuesta, inventarlos si no los tenemos porque cada minuto compartido cuenta.
2- Buenos ejemplos
No hablo de mis hijos con esto pero claramente es donde hoy a mí me pesa más. Pero me gustaría que cuando me vaya, la gente de mi alrededor además de recordar que me la paso quejándome de la vida (yo siempre justifico al hecho de que todo argentino lleva en su gen la queja grabada), se acuerden que intenté hacer las cosas bien. No hablo de ser un Dalai Lama. Hablo de ser coherente con lo que uno dice y hace, de cumplir con la palabra, de tener el sentido común de saber que no hay relativismo intelectual cuando algo está bien y algo está mal. Que la palabra y las acciones que la acompañan valen. Como aquel episodio en el que hablé del concepto de Kotodoma, el poder de la palabra, si uno dice algo, es porque lo cree, lo va a hacer. Escuchaba el otro día un podcast de Daily Stoic que decía que no debería existir la frase “honestamente hablando” porque siempre deberíamos ser honestos (con cuidado agrego yo, pero siempre honestos). A eso me refiero con dejar buenos ejemplos.
3- Algo que signifique algo para todos
Mi papá era filatelista. Entre sus innúmeros trabajos, hubo un tiempo que trabajó como cartero. Y llegaba a casa con su valija de cuero, con cartas que a veces no conseguía entregar pero que guardaba para el día siguiente. Y no creo que estuviera bien, pero las sacaba y me mostraba las estampillas. En los ochenta, la conexión con el mundo era por cartas, alguna cosa que te contaban en la tele o, como yo hacía antes de ir a la escuela, trataba de enganchar en la radio, radios extranjeras a las 6 de la mañana. Nos encantaba ver juntos esos lugares exóticos como Japón (tal vez de ahí venga mi fascinación por Japón) o lejanos como Rusia. Cuando se fue, dejó una pila de estampillas. Descubrimos que la mayoría no valían nada. Pero es algo que nos recuerda a algo bueno de él y guardamos. Tal vez mi sobrino y mis hijos el día mañana vean las estampillas y las tiren. Hoy, siguen en la familia. No es que las cosas sean lo que nos une a los que queremos. Pero a veces, una cosa, solo una, tiene una conexión con ese pasado que queremos recordar y que nos trae alegría. A mí me gustaría tener esa cosa con mis seres queridos. Y tal vez, sean pasado de generación en generación. Al final, el minimalismo no es borrar las huellas físicas del pasado. Y sí de elegir aquello que vale la pena mantener.
Nos vemos la semana que viene con más Minimalismo Real.
