En este podcast vamos quedándonos sin temas originales, lo admito. Pero es porque creo que el minimalismo son ciclos en los que empezamos, andamos, descubrimos, hacemos, nos cansamos y seguimos empezando, andando, descubriendo, haciendo y cansándonos otra vez. Y en este momento estoy en un ciclo Robert de Niro en “La Misión”.
No sé si alguien vio esa película -que recomiendo fuertemente- que cuenta varias historias maravillosas sobre una misión jesuita allá por el siglo XVIII. Esta misión recibe al capitán Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), un esclavizador que se dedica a cazar indígenas y venderlos y después que se entera que su prometida está con su hermano, lo reta a un duelo y lo mata. Lleno de culpa por haber matado a su hermano, es recibido por la misión jesuita y los indígenas guaraníes a los que cazaba como animales. Llegar a la misión no es tarea fácil; la misión está en la región de las Cataratas del Iguazú y hay que escalar por entre las piedras de las cascadas. Mendoza carga en sus espaldas su armadura y sus ropas, sus posesiones más preciadas. Llega hasta donde está la misión y uno de los guaraníes lo reconoce como el asesino que es. Corre hacia él, le pone un cuchillo en la garganta y cuando un padre quiere intervenir (un jovencísimo Liam Neeson), el padre Gabriel (un espectacular Jeremy Irons) lo para. El hombre guaraní dice algo, Mendoza simplemente espera su muerte en señal de arrepentimiento y el hombre en vez de cortarle el cuello, le corta la cuerda que arrastra la red donde carga sus posesiones, entre ellas, la armadura y tira todo al río. Mendoza empieza a llorar y su camino a la redención comienza.
Es tan significativa esa escena que no me la olvidé nunca. Bueno, tengo grabada la película en la retina, porque está llena de escenas poderosas. Pero esa y el final, son dos que vuelven a mí constantemente.
No necesitamos llegar a un momento dramático como el de Mendoza, cargar nuestras ollas, nuestras ropas, nuestros libros y tirarlos a un río pero el otro día que estaba en un momento de “no quepo en esta casa” (me agarra bastante cuando empiezan a acumularse obligaciones y la casa se transforma en el depósito que tanto odio), me preguntaba por qué nos cuesta tanto soltar.
En casa hay reglas claras sobre entra algo, sale algo. Sin embargo, al momento de dejar ir, vienen las dudas. La mayoría de las veces conseguimos, pero hay períodos en los que nos cuesta más que otros. Y ahí empiezan a acumularse las cosas. Y en departamento minúsculo como el nuestro, es muy perceptible cuando pasa esto.
Pienso que muchas veces nos cuesta soltar porque todavía no nos convencemos 100% que no necesitamos de todo. Que podemos sentir falta de algo. Que nos puede falta algo. Y está bien. Obviamente no hablo de cosas esenciales como comida, techo, obra social. Hablo de lo que no es vital. Hablo de aquel pulóver viejo que no dejamos ir, de las diez platos playos que nunca usás porque como máximo tenés cinco invitados por vez, de libros no leídos y que nunca vas a leer o que ya leíste y no vas a volver a leer, de archivos en tu compu que ya no te sirven pero guardás por las dudas, de las 10000 aplicaciones en tu celular que usás una vez cada mil años, de todo eso que acumulamos y nos lleva tiempo, tiempo que no tenemos sobrando, que nos roba atención, que nos saca energía.
¿Por qué soltar?
Porque nos merecemos una vida en la que “quepamos”. Una vida llena de energía. Con tiempo. Con atención. Porque como el capitán Rodrigo Mendoza, a veces tenemos que cortar la cuerda del peso que arrastramos en la vida para poder empezar a vivir de verdad.
Nos vemos la semana que viene con más Minimalismo Real.
Me encanta tu blog! Soy minimalista, Pero siempre sigo aprendiendo, todavía hay cosas en las que soy apegada y me cuesta soltar,un saludo
Mariana de buenos Aires, Argentina
¡Ah, Mariana, nos cuesta a todos soltar, te lo aseguro! ¡Un abrazo!