El título no es un famoso click-bait para que entres y veas cualquier otra cosa que apenas tiene que ver con lo que quería veas. Realmente hoy quiero hablar de ser menos productivo.
En un mundo que nos exige cada más la característica de ser rápido, multitarea, estar conectados, sabiendo todo lo que pasa en el mundo virtual y cada vez en el mundo real, uno se olvida a veces de la palabra pereza. Sí, esta linda palabra pasó a ser una mala palabra.
Así que vamos por 3 formas de ser menos productivos y hacer fiaca:
1- Destinar momentos para no hacer nada (o algo que no demande “resultados”).
Yo sé que es muy difícil hoy en día no hacer nada. Yo hoy sin ir más lejos tenía que esperar CINCO minutos a mi compañero e hijos en la puerta de casa y me llevé un libro para pasar esos CINCO minutos para cumplir con mi meta de lectura diaria. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuánto adelanté en esos cinco minutos mi lectura? La mayoría probablemente agarraría el celular y vería cualquier cosa. Porque hoy por hoy casi todos nosotros tenemos la capacidad de relajarnos similar a la del demonio de Tasmania de los dibujitos antiguos. Tener unos minutos por día para no hacer nada, pensar en nada, hablar de nada, escuchar nada es prácticamente imposible. Sobre todo si hay seres vivientes alrededor tuyo, humanos o no (porque hasta las plantas te hablan cuando querés pensar en nada; las mirás y sentís que te dicen “poneme aguaaaaa”). Eso es porque estamos pensando que el tiempo que pasa lo tenemos que usar para algo. No importa si es importante, tenemos que hacer ALGO. ¿Cómo hacemos para destinar algún momento del día para hacer nada? Hay que forzarlo en la agenda diaria. ¿Pero de verdad tengo que hacer nada? Nada que dé resultados por el resultado mismo por lo menos. Por ejemplo, hoy al final leí. Pero no leí el libro que tengo en mi listita del año. Leí un libro con los chicos. Lo leí porque lo encontré y me pareció que les iba a gustar. No para cumplir mi meta de lectura. Lo hice para compartir sin ninguna otra intención que compartir.
A eso me refiero a no hacer nada o por lo menos algo que no te demande resultados. Si sos de los afortunados que podés no hacer nada como por ejemplo, simplemente contemplar el paisaje con cara de más paisaje, buenísimo. Si sos de los míos que la cabeza no para, entonces buscate algo que hagas por el mero placer de hacerlo y no para rellenar tiempo y decir que hiciste algo. Yo en general, pinto mandalas con lápices y marcadores. Y me pierdo en el tiempo.
2- Entender que no podemos hacer todo.
En la vida nos toca elegir muchas cosas, desde qué comemos hasta dónde vamos a pasear este fin de semana. Nuestro día a día es elegir entre muchas cosas. Y muchas, muchísimas veces, esas muchas cosas son autoimpuestas. Porque el mundo de hoy nos demanda ser productivos y apretar en nuestra agenda todo lo que podamos para cumplir con todo lo que nos imponen y nos imponemos. Sentate un rato y mirá tus compromisos y listas de cosas para hacer. ¿Cuánto de eso es realmente necesario? Yo sé que vas a mirar tu agenda y listita y decir “todo es importante”. Pero como alguna vez dije, si todo es importante, nada es importante. Así que te doy un ejemplo: en mi agenda además del tiempo que ocupa mi trabajo -que es esencial para poder cubrir mis necesidades básicas- tenía a principio de año cosas como: terminar la tesis de posgrado y defenderla, retomar mi emprendimiento, preparar actividades para hacer con los chicos, organizar paseos todos los fines de semana, ejercicios todos los días porque para mí por cuestiones de salud era obligatorio, dos salidas por mes con mi compañero solos y retomar alguno de mis hobbies. Creo que el 2 de enero ya me había dado cuenta de la imposibilidad de mis deseos de hacer todo pero insistí. Hasta que me di cuenta que o estaba haciendo todo a medias o directamente mal o ni siquiera haciéndolo, no pasaba tiempo con mis hijos, cada vez que me sentaba a hacer algo de la tesis cuyo tema adoraba surgía un sentimiento de odio por cada autor que leía, las salidas que conseguía hacer era porque había que hacerlas y estábamos todos corriendo para poder cumplir con la meta de “pasar tiempo juntos”, hacía ejercicios cuando podía, nunca salí con mi compañero y jamás retomé un mísero hobby. Cuando cayó esa ficha, tuve que priorizar: salud, familia, trabajo. Hago ejercicios casi todos los días y estoy lentamente avanzando con mi salud. No preparo actividades siempre para hacer con los chicos pero prácticamente todos los días leemos juntos y hacemos alguna cosita; con mi compañero tratamos de ver alguna serie o peli juntos en casa porque no tenemos con quién dejar a los chicos por ahora, hablo con mis amigas y mi familia todos los días a pesar de la distancia y dejé las clases particulares que daba para enfocarme en mi trabajo fijo porque sino, no descansaba. De hobby elegí retomar la lectura, algo que por momentos se vuelve una obligación y tengo que cuidarme para que eso no pase. Dejé la tesis, salimos cuando tenemos ganas y podemos y estoy terminando el año mucho más feliz de lo que lo comencé.
El punto es que todos tenemos ganas de hacer un montón de cosas. Pero eso de que vos y Pepito Montoto de 30 años, CEO de la mayor empresa de algo tecnológico tienen las mismas 24 horas y qué estás haciendo con ellas que no las aprovechás como Pepito, es una vil mentira. Si a Pepito Montoto le gusta ocupar cada minuto de su vida solo con cosas que den resultados, bien por él. A mí dejame vivir.
3- Tenemos 4000 semanas.
Una persona promedio vive en torno de 80 años. Eso nos da un total de 4000 semanas de vida. El número no parece muy alto, ¿no? Encima hay que contar que parte de esas semanas las pasamos siendo bebés, niños, adolescentes y ancianos. Digamos que “lo productivo” entre comillas que es el medio, es número bien menor que 4000. Este número lo tomé del libro llamado “4000 semanas: gestión de tiempo para mortales” de Oliver Burkeman quien justamente plantea lo que vengo planteando hoy: no tenemos tiempo para todo.
Hagamos un ejercicio bien simple: pensá en cuánto tiempo tenés por delante. La fase adulta se considera de los 21 a los 59. A partir de los 60 entrás en la tercera edad (en buen estado, mal estado, no es el punto) y en promedio te quedan 20 años. No es para que digas, “uh, que macabro pensar en la muerte” sino para tener consciencia de que mucho de lo que nos autoimponemos o nos imponen realmente no vale la pena porque no tenemos tiempo para eso. Porque hay cosas más importantes en las que enfocarnos. Porque hay que vivir y no solo “ser productivo”, “exponer resultados”, “tener algo para mostrar”. A ver, no está mal querer tener resultados, de hecho yo me pongo muy contenta cuando en el trabajo los resultados a los que debo llegar son los esperados. Pero es que esa parte de mi vida es medida por resultados. Ahora, el resto…el resto quiero vivirlo. Fijate vos qué parte de tu necesita ser productiva y qué parte hay que simplemente disfrutarla porque…si todo sale bien, tenemos solo 4000 semanas.
Hay un libro que leí hace mucho y que lo releí este año cuando decidí parar un poco. Es de Paul Lafargue, quien fuera yerno de Karl Marx (no me manden a Cuba, el libro vale la pena leerlo te guste o no el marxismo). Él dice que el capitalismo convenció a los trabajadores de que lo que te dignifica es el trabajo y que la pereza es un pecado pero para él, una sociedad en la que las personas tienen tiempo libre para disfrutar sin pensar en trabajo (es decir, en resultados) es una sociedad que será cultural y emocionalmente más rica, lo que va a contribuir al progreso de la misma. Además, menciona que la tecnología debería ser una herramienta para disminuir el trabajo humano y para tener más tiempo. Dicho sea de paso, así es como te vendían los lavarropas y las cocinas 60 años atrás, ¿no? Artefactos que te van a liberar tiempo para vos mismo. Pero lo que vemos es que la tecnología no disminuyó nuestro ritmo de trabajo sino que abrió más espacio para continuar llenándolo de obligaciones y cosas por hacer.
Paul Lafargue cierra su crítica diciendo que menos horas de trabajo y más tiempo libre transformará la sociedad en una valorizará el desarrollo personal, la igualdad y el disfrute de la vida fuera del trabajo. El libro se llama “El derecho a la pereza”.
Ejerzamos entonces nuestro derecho a ser perezosos.
Nos vemos la semana que viene con más Minimalismo Real.