
En los últimos meses vengo trabajando mucho esta cuestión de estar desconectada con la intención de conectarme más con la gente, con mi entorno y conmigo misma. No lo digo en una manera espiritual o mística, sino volver un poco a lo que éramos antes de los smartphones y la Internet. La otra vez charlábamos con mi compañero acerca de que los años 90 habían sido los últimos años en los que la tecnología personal era lo suficientemente avanzada como para conectarnos pero lo insuficientemente avanzada como para conectarnos constantemente. Y que era el equilibrio perfecto. No sé si es así pero la sensación que tengo es que la conectividad nos está robando la conexión. Y si bien fallo bastante en controlar esto, voy a compartir algunas estrategias que vengo (tratando) de implementar:
1- Llamar
Sí, esa cosa incómoda de tener que hablar con otras personas. Para ser honesta, a mí me está costando. Porque muchas veces no tengo qué decir. Y ahí me doy cuenta que no hay que decir mucho, solo compartir. ¿Y por qué lo pongo como desconectar si al final estamos usando el celular? Sí, pero no mensajes de textos o audios por el bendito whatsApp. No los emojis. No los mensajes directos por Instagram. Hablar. ¿Se acuerdan cuando la gente hablaba por teléfono? Ahora, ¿quién se acuerda el teléfono de la madre, de la hermana o de la amiga? Se te pierde el celular y se te pierde la vida. Es verdad que no es posible hablar con todas las personas. Pero cuando esté la posibilidad, hacelo. Escuchar en tiempo real a alguien es una habilidad que estamos perdiendo. Minimalizar la distancia y la frialdad de aquello que no tiene voz ayuda a minimalizar también nuestra desconexión con el mundo.
2- Dejar el celular
La mayoría de nosotros tenemos un celular con diferentes aplicaciones y funciones, desde mapas hasta redes sociales. Cuando digo dejar el celular, no me refiero a dejarlo en casa porque hoy por hoy si necesitás comunicarte con alguien, buena suerte en encontrar un teléfono público. Y si lo encontrás, que funcione. Pero sí olvidarlo un poquito. Algo que me sorprende y mucho es que cuando vamos a comer afuera, casi el 100% de los chicos están con un celular. Chicos en su primera infancia, chicos de primaria, chicos adolescentes. Mis hijos juegan videojuegos en nuestros celulares y hay que estar controlándolos porque sino se pasarían horas así que no estoy haciéndome la Madre Teresa de Montessori que no deja que sus hijos toquen siquiera un celular. Pero me deja atónita la incapacidad de entretener a los chicos con una conversación o de sostener un momento de tedio porque pareciera que hoy no podemos simplemente aburrirnos. Ahí veo a los padres y en general, también están en el celular. La imposibilidad no es de los chicos, es de los grandes. Y lo que estamos diciendo, teniendo hijos o no, cuando estamos con otros y elegimos dejar el celular al lado por si alguien manda mensaje, por si hay una notificación, por si algo, es que cualquier cosa que el celular nos avise va a ser más importante que las personas que están ahí, presencialmente, con nosotros, en ese momento. Hace un tiempo un restaurante de Buenos Aires dejó en cada mesa un cartelito que decía que si tu celular no estaba en la mesa a la hora del pedido o nadie usando el celular en ese momento, habría un 10% de descuento. Lo interesante es que muchos ni habían leído el cartelito porque automáticamente se sentaron y agarraron el celular. Inclusive cuando estaban con amigos o familiares. Eso nos tiene que decir algo. Y es “dejá el celular un poco”. La vida pasa mientras vos estás mirando gatitos en Instagram.
3- Apagá la tele
Gracias a un estudio hecho en 2022, descubrimos que los argentinos somos los que más vemos televisión en América Latina. Un promedio de 4 horas por día. Me imagino que eso debe ser mal distribuido porque los argentinos como cualquier hijo de vecino trabajamos también así que posiblemente nos atiborramos de Netflix en nuestro tiempo libre sin dosificar nada. O sea, maratoneamos. Como ya dije, yo amo ver tele. Pero también amo tener vida. Y con esfuerzo, aprendí a no maratonear y a volver a los años en los que tenías que esperar una semana para ver el siguiente capítulo (bueno, no espero una semana pero sí un día si ya está disponible). El problema no es la tele, el streaming o lo que uses sino lo que eso trae. El mismo estudio dice que 47% de las personas que miran tele usan la Internet para saber de los famosos. El 45% se cuelga a mirar y responder comentarios sobre los programas vistos en las redes sociales (o sea que hay una alta tasa de probabilidad que comenten, respondan y se peleen por cuestiones irrelevantes o que las discusiones en sí solo polaricen más una situación ya bastante polarizada). Y el 38% compró algo porque lo vio en un anuncio. La desconexión con el otro es total y además, te desconecta con quien está cerca tuyo porque mientras podrías estar compartiendo una conversación con tu hijo, con tu amigo, con tu hermano, con tu primo, estás buscando sobre X famoso, o discutiendo en redes sobre lo que dijo el periodista Y, o comprando el producto Z que no cabe en tu presupuesto porque lo viste en una propaganda. Apagá un poco la tele. Y vamos a vivir un poco más la vida.
La semana pasada hablamos por video llamada con dos de mis mejores amigas. Durante el año nos habíamos propuesto hablar religiosamente una vez por mes además de los innúmeros mensajes que nos mandamos. No pudimos cumplir con todos los encuentros porque hijos enfermos, tiempos, etc, interfirieron. Pero insistimos. Y apostamos a continuar. Porque inclusive lejos, antes de los smartphones, antes de la supuesta conectividad, estábamos conectadas. Y sabemos que hay que retomar el hermoso hábito de conectarse.
Minimalicemos la conectividad. Maximicemos la conexión.
Nos vemos la semana que viene con más Minimalismo Real.