
Voy a comenzar con una historia. Esto me pasó unos días atrás y tal vez se me corte la voz contando. Estaba sacando cosas de nuestra mini sala porque ya se había llenado de cosas y decidí revisar algunos de los juegos de mesas que tenemos (los tenemos a vista porque si no se ven, no se usan y si no se usan, se donan). Y ahí estaban las cartas españolas (las que usamos en Argentina para el truco) que mi abuela me había dado y con las que jugábamos al chin chon. Cuando me mudé, me las llevé. Eran viejitas, gruesas y bien plastificadas y decía “Industria Argentina”, algo ya raro de ver. Los comodines tenían notas mías de cuando intentaba hacer trampa (y mi abuela siempre sabía). En fin, objeto más sentimental que eso no había. Las tuve por mucho tiempo y me acompañaron en cada mudanza. Pero cuando los hijos llegaron, me perdieron el siete de oro. No daba ni para hacer una baraja de Escoba de 15 y para seguir usándola, le pusimos a un comodín el nombre de “7 de oro”. Cuando hace unos meses mi mamá vino a vernos, queríamos jugar ‘Casita robada” con los chicos y mi compañero compró unas cartas feas y horribles (pero completas) made in China para que pudiéramos jugar. Entonces, cuando el jueves pasado estaba haciendo limpieza de juegos, me deparé con que tenía dos barajas, una completa y una incompleta que ya no usaba porque desde que compramos las otras, usábamos las nuevas. Y se me apretó el corazón. Como la caja de las cartas viejas estaba rotísima, era solo como una colcha de las cartas. Las estiré todas en la mesa y me las quedé viendo. Las olí (tenía olor a cosa vieja tipo un libro, algo que me encanta). Miré las notitas en los comodines. Y mi hija que acaba de cumplir siete años me mira y me dice:
¿Por que estás triste? (no me había dado cuenta pero tenía los ojos super llorosos).
Le explico que esas cartas eran de mi abu y que me hacían acordar a ella. Como por suerte mis mellizos vivieron tres años y medio con ella viva, tienen algún recuerdo. Le digo que voy a tirar las cartas porque ya no tiene sentido guardarlas y que lo mejor que tengo de ella son los recuerdos.
Ella estaba viejita ya, ¿no?- me dice- Por eso se murió.
Le digo que sí, que por suerte había sido así y que si todo salía bien, mi mamá se iba a ir antes que yo y yo me iba a ir antes que ella, mi hija, porque así tiene que ser. Ella se queda con cara de pensativa, se sienta en una silla y me dice de la misma forma como me imagino que Arquímedes dijo su Eureka mientras llenaba la bañera y supo cómo descubrir si una corona de oro era de hecha toda de oro o mezclada con otra cosa:
Entendí el ciclo de la vida. Uno nace, crece y se va. Como tu abu. Y después mi abu. Y después vos, que vas a ser abu (no le dije que esto era opcional) y yo cuando sea abu. Venimos, crecemos y nos vamos.
Y me dijo que en vez de tirar todas, guardara cuatro cartas: los comodines (no por las notas sino porque a ella le gustan) y el uno de oro y el uno de basto (motivos que ella entenderá). Y que cuando quisiera, para no sentirme triste, volviera a verlas. Y fue así que me despedí de las cartas de mi abuela. Porque venimos a esta tierra y si todo sale bien, crecemos y nos vamos. Y la vida está hecha de mucho más que cosas. Son los momentos. Son los recuerdos. Son las experiencias. Es lo que hacemos.
Después de esta historia larga, quiero aclarar que no voy a pedirte que tires a la basura los dibujos de tu hijo de jardín de infantes que ahora tiene 35 años. Tampoco que te deshagas de aquellas cartas que guardás por algún motivo. Simplemente te voy a hacer tres preguntas y ahí verás si los objetos que tienen un valor sentimental se quedan o se van.
1- ¿Por qué guardo esto?
Como mi historia, puede que ese objeto te recuerde a algo o alguien y que te despierten tantos sentimientos que es difícil dejarlo ir. A veces necesitamos ese objeto material para no perder aquel o este recuerdo. Pero lo que tenemos que preguntarnos es si realmente lo necesitamos para mantener viva la presencia de aquello que queremos que permanezca en nuestra vida. A veces simplemente una pequeña parte de ese algo nos ayuda a mantener viva la sensación de aquel pasado que pasó. No te pido que dejes ir todo el pasado porque muchas veces es el pasado que nos recuerda lo bueno que es el presente. Pero no te quedes colgado en él. Si son fotos (y mirá que a mí me gustan mucho las fotos), tal vez un número menor de fotos nos sirva para recordar. Si son objetos, tal vez uno o dos sean suficientes (como mis cuatro cartas). Si son dibujos de tus hijos, sacarle fotos a la mayoría y guardarte algunos puede ser una opción (es lo que hago yo, por ejemplo). Preguntarte el por qué ayuda a saber qué nos sirve guardar y qué nos impide avanzar.
2- Decidí guardarlo, ¿para qué?
Creo que fotos son el mejor ejemplo para esta pregunta pero podemos substituirlas por cualquier objeto. Digamos que decidiste guardar 20 fotos. Ahora miralas y preguntate para qué:
-Para sentirme bien cuando las vea cada tanto.
-Para compartirlas con otros.
-Porque me lo heredaron o me lo dieron (mis cartas españolas…) y las voy a preservar para…algo o alguien.
Todos estos para qués parecen justificados. Hasta que empezás a pensar en que no necesitamos un montón de objetos para sentirnos bien (probablemente cuando hablamos de objetos con valor sentimental, hablamos de más de uno entonces…). Elegir algunos momentos para recordar está bien. Vivir en el pasado no. Por eso, decidí qué es aquello que realmente querés recordar y para qué. Y a partir de ahí, fijate qué vale la pena conservar y que no. Porque el pasado es lindo reverlo cada tanto pero seguir en él nos impide avanzar. Y como dijo Brad Pitt en la película “Guerra mundial Z”, movimiento es vida.
3- ¿Realmente necesito guardar esto?
Toda la cuestión sentimental es subjetiva. Las fotos que yo guardo pueden no tener sentido para otros. Entonces acá, hay que preguntarse muy concienzudamente si realmente necesito esto para mi presente y mi futuro. Pensemos en que nos mudamos hoy a un lugar donde no podemos llevar mucha cosa. ¿Me llevaría esto como parte fundamental de mi existencia? No estoy hablando de cosas vitales sino cosas que elegiríamos llevar si pudiéramos. ¿Esto me va a ayudar en mi vida presente y futura? ¿Realmente necesito guardar esto? Un ejemplo rápido con mis diarios o cuadernos que escribo desde siempre: cuando nos mudamos con los bébés de meses de vuelta para mi país, tenía 10 años de diarios personales en unos cinco o seis cuadernos en total. No me los llevé, los tiré porque solo podíamos llevar una valija con nosotros. Me hubiera gustado mucho llevarlos conmigo. Pero no podía porque tenía ropa de dos bebés para llevar (y las nuestras). Hoy, a veces pienso en que me gustaría leerlos. ¿Pero la verdad? No me hicieron falta.
Los objetos sentimentales son muy difíciles de dejar para atrás. Creo que la pregunta principal en realidad es ¿por qué? y a partir de ahí empezar a desmenuzar las justificaciones que nos damos para guardar cosas que al final…son cosas. No hay nada de malo en guardar cosas (ya comenté en otros podcasts que me gustan las fotos viejas y los libros). La cuestión principal en mi opinión es: guardarlas, ¿nos permite avanzar o nos atasca en el pasado?
Las cartas españolas de mi abuela, dejarlas ir (pero no tanto), para mí significa un proceso de aceptar. Aceptar que no estuve con ella. Mi abu se fue en pandemia y no pude ni viajar a verla. Hablé con ella poquito antes de que se fuera por video-llamada durante los 15 minutos que mi mamá tenía para visitarla por día. Siempre pensé que estaría con ella en ese momento. Gracias a mi hija, hice un proceso que puede parecer ridículo para muchos pero para mí, fue decirle chau a una inmensa parte de mi vida y darle espacio a otra, sin olvidar lo que viví.
Abramos espacio entonces en la medida de lo posible. Porque solo con esa apertura vamos a empezar a vivir el hoy de una manera más consciente. Como dijo mi hija, venimos, crecemos, nos vamos. Antes de irnos, que nuestros recuerdos sean intensos, buenos y memorables. Pero principalmente, que sean nuestros.
Nos vemos la semana que viene con más Minimalismo Real.