Empezar a minimalizar no es una tarea fácil; nos llevó años ser quienes somos y tener lo que tenemos así no es fácil agarrar una bolsa de basura y empezar a tirar todo, a donar todo, a reciclar todo. O sí, imagino que para algunos sí.
De mi parte, cuando empiezo a querer minimalizar algo, agarro lo primero que tengo a mano y lo meto en una bolsa. Al rato me doy cuenta que no es para tirarlo o donarlo o reciclarlo y lo separo a un costado para “pensar”. La suerte que tengo es que como vivo en un espacio tan chiquito con otras tres personas, no tengo mucho sobre qué pensar: o sirve o no sirve. Pero igual, ese momento de “tal vez lo use en el futuro” siempre viene.
Entonces comparto tres reglas básicas que me vienen sirviendo para no quedarme en el limbo de si quiero quedarme con eso o no:
¿Lo usé en los últimos 12 meses?
a)Si sí, ¿para qué y cuántas veces? ¿Puedo usar otra cosa que ya tengo para substituirlo? Si lo usé poquísimas veces me pregunto si realmente haría alguna diferencia no tenerlo ya que conviví con ese objeto mucho tiempo y casi no lo usé. En ese caso, también me pregunto si no hay algo que lo pueda substituir. Un ejemplo simple fue un cortador de pizza que estaba en la casa cuando nos mudamos. Comimos mucha pizza y lo usamos UNA VEZ. Siempre corto con cuchillo. Lo doné. Honestamente ocupaba espacio en el pequeño cajón de utensilios. Ahora, si lo usé varias veces y no lo puedo sustituir, me lo quedo. Es el caso de un masajeador chico que uso una vez por mes para la circulación. Es del tamaño de la palma de mi mano. El problema era que no le encontraba lugar y me daba fiaca agarrarlo en donde estaba. Le encontré un lugar junto con la depiladora eléctrica y ahora lo uso todas las semanas.
b) Si no lo usé, ¿se puede vender, donar o reciclar? Si la respuesta es no, infelizmente va a la basura. Si la respuestas es que se puede vender, le doy 60 días para ponerlo a venta y venderlo. Si no se vende, lo dono. Es interesante que, como estoy en el medio de una tesis sobre el ambiente y nuestro impacto sobre él, pensar que TODO lo que compramos va a la basura eventualmente ayuda mucho a reflexionar sobre el impacto de nuestro consumo.
¿Qué función cumple en esta casa?
Hay objetos que los tenemos porque fueron un regalo, porque los compramos por impulso, porque los encontramos, porque los hicimos nosotros, en fin…por muchos motivos. Y es aquí donde nos tenemos que preguntar si ese objeto no sestá sirviendo para algo. Cuando digo “servir” no es una mera interpretación utilitaria de la palabra: “ah, este cuadro que me hizo mi hijo no sirve para nada, lo tiro a la basura”. Al decir “servir” me refiero a esa función de la pregunta: ¿me hace feliz tenerlo? ¿Me sirve para tener la vida que quiero para mí y los míos? Vuelvo al cuadro de mi hijo: tengo varios dibujos de mis hijos que cuelgo en la heladera. Hay algunos que separamos porque los vamos a encuadrar y poner en la pared. Y cuando ellos decidan que quieren cambiarlos, los vamos a sacar y poner nuevos y los otros, les sacaremos fotos y los conservaremos digitalmente para nosotros. Algunos pocos, los voy separando y armando una carpeta para mí. Uno o dos por año. Sé que cuando me vaya, probablemente nadie los va a querer guardar, ni ellos. Pero para mí, cumplen la función de recordarme que el tiempo va pasando y que cada año una etapa se cierra y otra que empieza. Entonces, para mí, esos dibujos cumplen una función y me sirven. Ahora, la máquina de hacer pochoclos (palomitas de maíz para muchos) con gusto a nada que nos dieron no nos servía. La donamos y seguimos haciendo pochoclos en la olla, como cualquier ser humano normal que quiera pochoclos con gusto.
¿Me gusta?
Porque lo estético también importa. No porque queramos ser minimalistas tenemos que tener una casa espartana en negro y blanco. A mí me encantan las cosas de madera y todo lo relacionado con nuestras culturas originarias. Si fuera por mí, tendría 200 sikus, 300 mantas tejidas en lana de llama y 1200 adornitos hechos de barro. Pero…vivo con alguien que ama el metal, el cemento y lo negro y blanco. Y dos pequeños que tienen amor por todo lo que encuentran en la calle. Tenemos que negociar. Entonces, entre todo lo que queremos, nos quedamos con lo que nos gusta a todos y nos hace sentir bien cuando llegamos a casa. Pero dando un ejemplo concreto, voy a ir a lo puramente estético a nivel personal: tengo una pecera que quedó de cuando creíamos que podíamos cuidar de peces. Es relativamente grande para nuestro departamento y sin peces, no tiene utilidad. Pero a mí me gusta. Me gusta mucho el rectángulo de vidrio y no quería donarlo. Y me gustan mucho las plantas que no puedo tener porque no hay lugar. Entonces, en una feria de orgánicos nos regalaron dos muditas de aloe vera. Le puse tierra a la pecera. Planté las muditas. Erradiqué las cosas de la superficie de un mini mueble donde ponemos los zapatos. Tengo una pecera y tengo dos plantas de aloe vera creciendo. Me gusta. Me gusta mucho. Y me hace feliz.
Minimizar es también hacerse preguntas difíciles. Y pensar bien la respuesta. Porque si no la pensamos, seguimos igual. E igual es seguir como antes.
Nos vemos la semana que viene en otro momento de “Minimalismo real”.

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